México enfrenta nuevo golpe a la gobernabilidad con el asesinato de dos autoridades

Infobae

El 15 de junio marcó un día crítico para la seguridad institucional en México. En dos eventos distintos, fueron asesinados el juez Everardo Maya en el Estado de México y la alcaldesa de San Mateo Piñas, Oaxaca. Las autoridades condenaron estos hechos, los cuales evidencian un patrón persistente de violencia que afecta directamente a servidores públicos. Estos crímenes, aparentemente, responden a contextos locales complejos donde las autoridades enfrentan riesgos crecientes por ejercer funciones esenciales.

Dos hechos distintos, un mismo mensaje preocupante

Ambos asesinatos ocurrieron en entidades separadas y sin relación directa, lo que resalta la amplitud territorial del problema. Según versiones preliminares, el juez Maya manejaba casos de alto perfil, lo que podría haber incrementado su nivel de exposición. Por otro lado, la alcaldesa, quien permanecía en funciones, representaba la autoridad local en una zona con antecedentes de tensión política. Estos casos reflejan que la violencia no distingue cargos ni regiones. Gobernar en muchas partes del país se ha vuelto, presuntamente, un acto de alto riesgo.

Impacto directo sobre la estabilidad institucional

Los asesinatos de funcionarios en funciones provocan un efecto devastador en el tejido institucional. No solo se pierde a dos figuras clave en el ámbito judicial y municipal, sino que se transmite un mensaje de vulnerabilidad hacia otros servidores públicos. Esta situación genera incertidumbre, inhibe la participación política y debilita la gobernabilidad. La percepción de que el Estado no puede garantizar la seguridad de sus representantes compromete la estabilidad democrática y la funcionalidad operativa de las instituciones.

Desconfianza y temor en la opinión pública

Como consecuencia directa, se intensifica la desconfianza ciudadana hacia las capacidades del Estado para frenar la violencia. La población percibe, aparentemente, que el crimen ha alcanzado niveles que incluso rebasan las barreras del poder público. Este sentimiento no solo impacta a quienes ejercen cargos, sino que también afecta a quienes aspiran a posiciones de liderazgo local o judicial. La inseguridad se convierte así en un inhibidor del desarrollo cívico y en un obstáculo para el fortalecimiento del estado de derecho.

Urgencia de respuestas coordinadas y efectivas

Estos hechos demandan una respuesta articulada entre los distintos niveles de gobierno. Más allá de las condenas formales, se requieren acciones concretas que fortalezcan la protección de funcionarios públicos, mejoren la inteligencia institucional y reduzcan la impunidad. En un entorno donde ejercer autoridad implica riesgo de muerte, preservar el orden constitucional debe convertirse en una prioridad nacional. La seguridad de quienes sostienen la estructura del gobierno es, en última instancia, la seguridad de todos los ciudadanos.