
El calendario gregoriano que usamos hoy se basa en decisiones tomadas hace miles de años. Durante la época del Imperio Romano, los meses se reorganizaron varias veces por razones tanto astronómicas como políticas, incluyendo el ego de algunos emperadores.
Julio y agosto, por ejemplo, fueron nombrados así en honor a Julio César y Augusto, quienes querían que sus meses tuvieran 31 días. Para mantener el número total de días en 365, se redujo la cantidad en febrero, que ya era considerado un mes menos auspicioso.
El resultado es que febrero se quedó con solo 28 días en años normales y 29 en bisiestos, como una solución práctica para compensar el desfase del calendario solar. Aunque parezca arbitrario, esta medida sigue ayudando a que las estaciones se mantengan alineadas con los meses.